4.20.2007

En la noche eterna del infierno, las llamas enrojecen el las mejillas de Antonio Block. A pesar del calor y de las penurias que ve en el infierno, su arrogancia patologica no disminuye, sino que crece como el Nilo. Cuidado Antonio no se te vaya a desbordar. Camina por la orilla del estigio mientras otras almas beben desaforadamente, intentando olvidar lo ya quedó escrito en el libro de su vida. Pero Antonio no, él no se arrepiente de nada. Camina con su saco como si fuera el Rey de estas tierras. Temerario como ninguno va metiendo todos los diablos que se encuentra en su saco. Más triunfos. Lo que no sabe es que pronto el saco estrá lleno, pues no se puede contener en ningún sitio la maldad, y su peso lo hundira en las aguas del infierno.

4.19.2007

Antonio Block vivía en el norte en un tiempo muy remoto. Su familia estaba bien acomodada y él vivía de los excedentes, que no eran pocos. Gustaba de ver como la noche devoraba al día y la tierra quedaba ennegrecida. Cada noche subía a la torre del castillo y se sentaba a observar el triunfo del mal sobre el bien. Con él llevaba un saco donde guardaba sus triunfos. Objetos hermosos robados y/o destruidos, animales muerto a cuchillo por él mismo y todo aquello que pudiera demostrar su maldad. Cuando la noche se había asentado ya, miraba al cielo y esputaba con pasión insultos y risas envueltas en un podrido paño de superioridad. Pero ya no lo hará más. Desde hoy el juego de los desprecios ya no tiene lugar en la tierra del norte porque hoy, Antonio Block ha muerto ahogado en su propia necedad.

4.02.2007

Estoy sentado en un bar, tomando un café. El humo del tabaco abrasa mi culpabilidad y tinta de negro castigo mis pulmones. El eco de los recuerdos empieza a susurrar en mis oídos la palabra: Madurez. La conversación es interesante, más bien interesada. Una hermosa mujer sentada frente a mí. Sentada conmigo. Sí, una situación que yo no creía posible. ¿Porque se iba a acercar a mi ninguna chica? Cuando se juntan conmigo se arruinan la vida, eso creo, o eso creía. El invierno llega y el frío en mi cara y mis huesos temblorosos producen un repiqueteo que me dice: "Madura". El café sienta bien a mi organismo, calma mi mente. Acelera mi alma. - ¿Porque dices que no quieres hacer frente a las responsabilidades?- me dice ella. - Simplemente, no puedo. – respondo. - ¿Acaso no te das cuenta de que sí lo haches solo que no lo quieres reconocer? - No... - contesto yo, poniendo en evidencia mi falta de argumentos. Oigo acercarse desde lejos un ruido que aún no puedo identificar. - A ti lo que te pasa es que no quieres reconocerlo. Sabes que es así pero lo niegas- Me reprocha, me desmonta. Una cadena de oxidado y antiguo metal me sujeta por el pie e impide que flote por el aire. El ruido que se acerca a mi empieza a definirse. Es metálico, chirriante. Me produce dentera, grima. Incapaz de continuar con la conversación me disculpo y me dirijo al lavabo. Allí mientras tengo mi identidad entre mis manos intento evadir el recuerdo de antiguos fantasmas que usaban sendos argumentos. Todos ellos con un fin, destruir mi mundo. Vuelvo a la mesa aturdido y desorientado pues el ruido está cada vez más cerca. En el momento en que me siento entiendo lo que dice, lo que me grita al oído: "¡Madura ya!" En ese preciso momento se abre la puerta del bar y por ella entra una niña de seis años con faldita rosa y unas gafas de buceo como prisma ante la vida y su tubo de plástico en la boca respirando el aire vetado a los adultos. Y soy más consciente que nunca de mi deseo. Asertivo como nunca le digo a mi consciencia: "¡No!" y manteniendo la calma producida por mi seguridad añado: "No voy a crecer".