10.31.2008

Jonás se sentía arropado por suaves rumores que flotaban a su alrededor. Como un lejano canto de sirenas, lo envolvían con amor. Se sentía reconfortado aun sin poder entender el idioma de los rezos. 
Poco a poco, las voces fueron volviéndose más claras. En realidad ellas no habían cambiado. Jonás si, al menos su conciencia. Su percepción.
Jonás es, ahora, un eco para la gente. Una burda repetición de algo ya pasado. Cada segundo que pasa se queda un segundo más atrás. Así es como la gente siente a Jonás, como un un eco a sus espaldas.
Antes de nacer, Jonás deseó ser Sófocles, pero el destino no fue generoso. Cuando llegó al teatro lo hizo con la cabeza gacha, todos los demás alzaban las suyas con orgullo borrego. Cuando repartieron las máscaras, Jonás ya sabía cual estaba destinada a ser la suya.  

3.04.2008

Una mañana Jonás se levantó con ligera acidez en su estómago. Por la tarde una úlcera se abrió paso en su tripa, lacerando la piel y estriando la carne. Por la noche, comenzaron a salir, del recientemente abierto orificio, amigos de todas clases. Primero salieron los conocidos con pretensiones, aquellos que que se quieren integrar; después aparecieron los amigos del alma, los que ya están condenados al infierno; siguieron los amigos por conveniencia, cuyos pactos son fríos y volubles como el viento invernal. Ya de madrugada, Jonás se tumbó en la cama y cerró fuertemente los ojos, no podía soportar la ansiedad de las perdidas. A la mañana siguiente despertó Jonás sin ojos, pues ya no los necesitaba. Nunca había estado preparado para ver la realidad y nunca lo estaría.