3.04.2008

Una mañana Jonás se levantó con ligera acidez en su estómago. Por la tarde una úlcera se abrió paso en su tripa, lacerando la piel y estriando la carne. Por la noche, comenzaron a salir, del recientemente abierto orificio, amigos de todas clases. Primero salieron los conocidos con pretensiones, aquellos que que se quieren integrar; después aparecieron los amigos del alma, los que ya están condenados al infierno; siguieron los amigos por conveniencia, cuyos pactos son fríos y volubles como el viento invernal. Ya de madrugada, Jonás se tumbó en la cama y cerró fuertemente los ojos, no podía soportar la ansiedad de las perdidas. A la mañana siguiente despertó Jonás sin ojos, pues ya no los necesitaba. Nunca había estado preparado para ver la realidad y nunca lo estaría.