La bocina
del cambio de turno estaba a punto de sonar, pero Dac no tenía ganas de salir
del sistema. Por primera vez desde que llegó al Departamento de Identificación
de Valores Humanos sentía que iba a hacer su primera detección. La necesitaba.
Hacía tres meses que el viento lo esquivaba. Durante los interminables silencios se encontraba
imaginándose los imanes de sus audífonos burlándose a sus espaldas como un
sardónico mimo francés. El tiempo transcurría mudo.
Y, al fin,
la bocina se clavó en su pecho. Ya quedaba un día menos para volver a la granja
de carne, sólo tenía tres días para cumplir con el contrato. Tres. Hasta el más
novato de los escuchas sabía que cazar al primer sobretalento era sin duda el logro más difícil. También era de
dominio público que muchos no lo conseguían. Pero Dac no podía permitirse
volver a su antiguo empleo con el rabo entre las piernas. Había estudiado mucho
para poder tener la oportunidad de hacerse con el puesto. Había escuchado
decenas, probablemente cientos, de horas de grabaciones y en ellas era capaz de
reconocer hasta la señal más débil. Y aun así la duda le vejaba el estómago.
¿Cómo sería una señal auténtica? ¿Una que no hubiera escuchado antes otro
analista?
Estaba a
punto de introducir la clave para salir del sistema cuando un chasquido hizo
ondular ligeramente las membranas de sus audífonos. Estaba tan absorto en su anticipación del fracaso que casi le pasó
desapercibida. Ignorando las luces rojas que aparecían en su monitor instándolo
a abandonar su sesión y dejar paso al siguiente operario, sostuvo con
delicadeza la rueda del potenciómetro y fue girándola poco a poco. Y el viento
empezó a susurrar. Los chasquidos se fueron haciendo cada vez más seguidos
hasta formar una sutil onda de coherencia. Activó las válvulas de vacío
auxiliares. Y rezó. Rezó a los Dioses Exteriores, y aún más a los Interiores. Pero sobretodo, contuvo el aliento con
la esperanza y la determinación de parar cualquier actividad, física o mental,
que pudiera interferir en la señal que estaba recibiendo. Todo fundió a negro.
Ya no había compañeros a su alrededor, ni maquinaria. Así, en medio de la
oscuridad, se presentó frente a él la más bella de las ondas. La disfónica voz del viento que traía
consigo información tan valiosa. En seguida presionó la batería de botones
para fijar la señal y proceder al rastreo e identificación.
Como un
dique que se rompe, sus pensamientos liberados arrasaron con cualquier
protocolo. Qué habría encontrado. ¿Un Imperium? Quizá sería uno de los difíciles.
Eso le haría entrar en la élite con su primera presa.
Estaba
absorto en su meteórica ascensión cuando todas las luces del cuadro de mandos
se apagaron y en sus audífonos ya no se escuchaba nada. En la pantalla
apareció un mensaje escueto y aterrador.
2.674B//33
preséntese en la 4ª planta.
Eso solo
podía significar que había dado con uno de la lista reservada. Al final habían
resultado ser ciertas las habladurías. Una mano se posó con firmeza sobre su
hombro en una intangible presa que le cortó la respiración. Cuando alzó la
vista vio a dos hombres enfundados en los agoreros monos grises y Dac supo que
todo había acabado.